La crisis de la mediana edad no es un trastorno psicológico o psiquiátrico, sino una etapa de transición en la vida, una de las muchas que atravesamos. Es un momento en el que tomamos conciencia de que hemos llegado al ocaso de nuestra existencia, ingresando en un otoño personal. Como las hojas de los árboles, que palidecen, cambian de color y finalmente caen, también nosotros experimentamos cambios significativos. Esta etapa es una de las más desafiantes para los adultos, cargada de presiones económicas, laborales y matrimoniales. Además, nos enfrentamos a la crianza de los hijos, al cuidado de nuestros padres envejecidos y a la responsabilidad de ser el sostén de muchas personas y situaciones.
Este período también viene acompañado de pérdidas: la vitalidad, el deterioro del cuerpo, la belleza, el entusiasmo, e incluso la infancia de nuestros hijos. Comenzamos a despedirnos de amigos y familiares, y enfrentamos la realidad de la vejez, incapacidad y muerte de nuestros padres.
El filósofo Arthur Schopenhauer lo describe de manera elocuente: «En sentido amplio puede decirse que los primeros cuarenta años de nuestra vida proporcionan el texto, y los treinta siguientes su comentario. El comentario nos enseña a entender correctamente el verdadero sentido y coherencia del texto, así como su moraleja y todas sus finuras.»
Sin embargo, esta etapa no tiene un inicio fijo en los 40 años, como popularmente se cree. Dependiendo de la generación, la crisis puede presentarse a partir de los 45 años o incluso más tarde.
Es en este momento cuando nos damos cuenta de que muchos sueños de nuestra juventud ya no se harán realidad, o tal vez solo fueron fantasías. Uno de los síntomas más comunes es la sensación de estancamiento, como lo describió el psicólogo Erik Erikson, quien señaló que el reto es superar este estancamiento a través de la productividad y la generatividad. En mi experiencia personal, he comprobado la necesidad de crear y de apoyar a las generaciones que vienen detrás, es una necesidad intrínseca de la etapa.
El psiquiatra Carl Jung afirmaba, que en esta etapa la mente o psique percibe su ocaso y el inicio de su declive, lo que provoca una motivación crucial: dar más importancia a los valores del mundo interior y alejarse de la obsesión por los logros externos. En otras palabras, nuestra energía mental busca conectarse con nuestra vida interior. Sin embargo, en la actualidad, tanto social como culturalmente, experimentamos un vacío existencial que intentamos llenar con la adquisición de bienes de consumo y confort. Los centros comerciales se han convertido en los nuevos templos donde nos reunimos los domingos, tratando de llenar un vacío profundo.
En esta era, carecemos de narrativas míticas que den orden y sentido a nuestras vidas, o de valores trascendentales y espirituales que nos impulsen a buscar un propósito mayor. En cambio, la industria del desarrollo personal se ha convertido en un bien de consumo más, una solución superficial cuando no asumimos la responsabilidad de encontrar nuestro propio camino y convertirnos en nuestros propios maestros.
Es aquí donde las crisis vitales, y en especial la de la mediana edad, se presentan como oportunidades para detenernos y reflexionar con una perspectiva más amplia sobre dónde estamos y hacia dónde queremos ir. He descubierto que los sueños son una de las fuentes más valiosas de conocimiento personal y profundo a las que podemos acceder. Nos hablan de nosotros mismos, siempre que estemos dispuestos a escucharlos y darles la importancia que merecen. Son más confiables que cualquier maestro o gurú, ya que revelan verdades que solo nosotros podemos entender, a través de su lenguaje imaginario y simbólico.
En esta etapa de la mediana edad, los sueños nos desnudan, nos hablan sin rodeos de realidades y posibilidades que van más allá de nuestra pequeña burbuja de consciencia.
Hola, Sam. Tu artículo me resuena de forma profunda con la parte de tomar responsabilidad de mi propio camino, me ayudas a recobrar el valor de lenguaje de mis sueños para enriquecer mi vida interior y la forma en como me relaciono con mi entorno. ¡Gracias!
Me alegra poder aportar algo que te sea de valor. Saludos.